Le puede pasar a cualquiera. Vas caminando por la vida, sin pausa, pero sin prisas procurando no hacer ruido, vestido con una sonrisa, sin complejo ni temores y cantando rumbas de colores, cuando de repente te quedas encajado en mitad de la acera y sin que nadie pueda sacarte de allí. Y lo que es peor aún: que aunque estés atascado no puedas evitar la sensación de estar corriendo constantemente. ¿Raro? Pues tiene su explicación, ya verás.